jueves, 1 de abril de 2021

Una bella enseñanza de Isaac Luria


 

Una bella enseñanza de Isaac Luria.
Unos meses antes de la muerte del Arizal, él y sus discípulos estaban sentados un día en el campo estudiando Torá. Hacía un calor tórrido. El Sol de verano pegaba con todas sus fuerzas. La tierra parecía haberse convertido en un horno y toda criatura buscaba cómo protegerse de la abrasadora canícula. Sólo el Arizal y sus talmidim estaban sentados bajo la sombra protectora de un frondoso árbol, ajenos a cuanto sucedía a su alrededor.
De pronto el cielo se puso negro. Una espesa nube gris se extendió sobre Tzefat ocultando el sol. Los talmidim alzaron los ojos asustados y se acordaron de un incidente similar sucedido el año anterior. En esa ocasión, se había presagiado el mal; lo había enviado Satán y sus fuerzas, y habían estado a punto de desencadenar un desastre, una calamidad en la ciudad. Si no hubiera sido por su maestro, que les había dicho que rezaran al instante, Tzefat habría quedado destruida.
El Arizal interrumpió la lección y empezó a rezar con gran fervor. Su expresión de miedo se hizo más profunda. Al parecer, el peligro que se cernía en esta ocasión sobre la ciudad, era más grave que el de la vez anterior. El Arizal se volvió hacia sus discípulos y dijo: "La nube me ha dicho que Tzefat está destinada a quedar totalmente destruida, que Hashem nos proteja. El año pasado logramos conjurar el peligro, pero en esta ocasión hay una acusación muy seria contra nosotros. Uno de los personajes importantes que lleva los asuntos públicos de la ciudad es un malvado. Extorsiona a los pobres y los trata con desprecio, pero nadie se atreve a protestar ni a hacerse cargo de la causa de los perseguidos, porque todos tienen miedo de su poder. Pero el grito de los oprimidos ha subido al cielo y ha llegado ante el trono del Altísimo. El Tribunal Celestial ha puesto en la balanza los méritos de nuestra ciudad contra sus faltas, y como nadie protesta en contra de malvado, las faltas han pesado más. Tenemos que seguir estudiando con mayor intensidad. Quizá podamos abolir el edicto". Nuestros sabios dijeron que aunque una persona tenga una espada afilada sobre el cuello, no tiene que dudar de la Misericordia del Cielo.
El grupo volvió a sus estudios con la mayor concentración, pero en vano. La plaga se extendió por Tzafed.
Las casas de Tzafed estaban selladas, las puertas cerradas con candado, y las persianas abajo. Los mercados, desiertos; nadie se atrevía a asomarse a la calle.
El Arizal sabía que su fin estaba próximo. Reunión en torno a sí, a sus discípulos más íntimos y le dio una habitación a ellos y a sus familias, dentro del patio el recinto de su casa, donde estaban aislados de todo contacto con el mundo exterior. Organizaron clases para los niños, hicieron un horno comunitario para hornear pan, y llevaban a cabo todas sus actividades dentro de los límites de ese patio.
Estaban convencidos de que sólo el estudio de la Torá los protegería de la espada del ángel de la muerte que sea abatía por las calles de Tzafed. Se sumieron en el estudio. El Arizal entonces reveló a sus discípulos ciertos secretos que no había revelado nunca antes. Ponía énfasis en que había que quererse con un amor fraternal, porque cuando la gente vive en armonía, Satán pierde su poder; cuando Hashem ve unidad y hermandad entre los judíos, envía sus ángeles buenos para que los protejan del mal
Los discípulos y sus familias vivieron en el patio del Arizal en paz y armonía. El miedo a la plaga se cernía sobre ellos, pero estudiaban con gran aplicación; el ángel de la venganza no tenía poder contra ellos. Pero después de cuatro meses, empezaron a sentirse satisfechos de sí mismos y a creer que eran inmunes al daño. Esta misma complacencia fue el origen de su caída. Porque, en cuanto se descuidaron, Satán encontró una brecha y se abrió camino en aquella fortaleza de Torah y hermandad.
Así fue como sucedió. La vida dentro del recinto era tan armoniosa, que la misma ausencia de fricción, hizo que los que vivían en él se sintieran intranquilos. Un día, unos niños empezaron a pelear por un asunto sin importancia. Sus madres, aburridas, se unieron a la pelea. La disputa fue creciendo y se fue haciendo más violenta a medida que otras familias se metían. No pasó mucho tiempo sin que todas las mujeres estuvieran divididas en dos bandos. Satán había encontrado un asidero y logró mezclar también a sus maridos. El Arizal no consiguió poner paz. Su impotencia le partía el corazón porque se dio cuenta de que la disputa podía provocar un desastre. Las fuerzas del mal podían hacer presa en el grupo. La compañía Santa ya no era inmune; su Torá no había sido lo suficientemente fuerte.
El Arizal se sintió lleno de tristeza. ¿Para qué servía la vida de sus alumnos si no cumplían las tarea de servir totalmente al Creador?
Un viernes la pelea llegó a su apogeo. Desde lejos se podían oír los gritos y las discusiones. El Arizal lo veía sin poder hacer nada, con el corazón sangrando de pena. Hasta sus discípulos entendieron que aquella situación no podía prolongarse y empezaron también a tener miedo al castigo Divino
Aquel viernes por la tarde, salieron al campo con su maestro a recibir el Shabat, pero no sintieron la alegría y la elevación espiritual que sentían normalmente. Se daban cuenta de que el Arizal estaba melancólico y durante la oración de la noche, suspiraba y gemía. Los discípulos se asustaron.
Cuando volvieron del patio, Rab Vital preguntó a su maestro por qué había suspirado. El Arizal respondió conteniendo su ira: "Todo el tiempo que han estado conmigo les he advertido y una y otra vez, que vivieran en armonía y en fraternidad, pero no me han hecho caso y se han dejado llevar por sus malas inclinaciones. Y cuando se involucraron en esa disputa mezquina, dieron un asidero a Satán. Esta misma noche vi a un ángel de mil ojos asiendo un pergamino que llevaba escrito el siguiente versículo "Tú y tu Rey morirán", eso significa que mis días en este mundo están contados. Pronto los dejaré para ir al mundo de las almas, porque al ángel de la muerte se le ha dado poder sobre mí, y no soy yo, el único que sufrirá. Varios de ustedes perecerán también en esta terrible epidemia. Aquella semana, el Arizal dejó este mundo, junto con muchos de sus discípulos, tal como él lo había predicho.
Tomado de El Arizal, vida y época de Rabi Itzjak Luria.

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