jueves, 22 de julio de 2010

Ámate a ti mismo


Alguna vez cuando éramos niños, fuimos preguntados: ¿quieres a tu padre? ¿quieres a tu tía? ¿quieres a tu profesora? Pero nadie nos pregunto nunca: ¿te amas a ti mismo? De modo que olvidamos que bajo el precepto "amarás al prójimo como a ti mismo", late el de amarnos a nosotros mismos, pues esa es la medida del amor hacia los demás. Y como consecuencia de nuestra infancia y de haber obviado esta verdad, hemos dedicado una parte importante de la energía de nuestra vida tratando de complacer a los demás.

Esta costumbre que pobló nuestras infancia y que se instaló en nuestro disco duro vivencial, requiere como en un ordenador que tiene un programa que produce constantes fallos que reseteemos nuestros programas de creencias y nos planteemos que sin esta cuestión primordial resuelta: amarnos a nosotros mismos tal cual somos, todo lo demás en nuestras vidas comienza a hacer aguas antes o después.
Parece algo muy elemental y que en principio todo el mundo cree tener resuelto, pero la realidad es que se nos enseñó a poner una parte muy importante de nuestra energía personal en amar a otros, en agradarlos, en satisfacerlos y se nos dijo al mismo tiempo que hacer lo contrario era egoísta, de modo que creímos que ocuparnos de satisfacer nuestras necesidades era egoísta. La creencia se instaló y como afectaba a una cuestión raíz, comenzó a crear conflictos de intereses entre lo que necesitábamos y lo que nos habían enseñado y que aprendimos de nuestro entorno con la facilidad con la que los niños absorben todo lo que hay a su alrededor sin discriminación alguna. Es más, ser egoísta era un pecado y quien peca ni va al cielo ni lo merece. Y el cielo era además para después, por lo tanto también lo era lo de ser feliz. Se nos presentó el sufrimiento casi como una cualidad, porque los santos y los mártires habían sufrido mucho y por ello eran santos y merecedores de la felicidad eterna, esa felicidad que era siempre postergada a un más allá que haciendo méritos podríamos alcanzar y nuestra principal creencia era que amando a los demás sería posible y se nos había olvidado ya a esas alturas que tiene que ser "como a nosotros mismos". Nadie nos enseñó que hemos venido a esta vida a ser felices, que Dios nos quiere felices, que la felicidad no es para mañana, que la felicidad es ahora.
De nosotros depende si queremos deshacer ese nudo gordiano de creencias nocivas que a muchos de nosotros ha podido llegar a asfixiarnos, pues se trata de cuestiones esenciales y básicas que repercuten y están latentes en casi cualquiera de nuestras redes neuronales. Como es tan elemental, pues no nos planteamos la cuestión, pensamos que con haberla entendido, pues ya está resuelta y nada más lejos de la realidad. Es una creencia que nos afecta en nuestra vida cotidiana a cada instante y que por ello vale la pena que le dediquemos un poco de atención en nuestro trabajo, si realmente queremos liberar nuestro dolor y reconfigurar nuestro sistema de creencias. Al fin y al cabo, es responsabilidad nuestra si decidimos amarnos a nosotros mismos o no.

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