lunes, 9 de agosto de 2010

El maestro Matsume





Al despuntar el alba, cuando los primeros rayos solares asoman tenuemente entre las altas montañas de Haku-san iluminando el verde valle de Lida, el anciano y venerable Maestro Matsume, hizo llamar a su protegido Sun, una vez en su presencia éste le dijo:

Ha llegado el momento mi bien amado, hoy me acompañarás.

Tras hacer los preparativos, Sun y su Maestro partieron tomando el serpenteante camino que llevaba al bosque, una vez allí, se dirigieron hacia el mismo centro del frondoso bosque de robles, pronto se hallaron frente a un majestuoso roble -se decía de él que era milenario, que se encontraba allí desde todos los tiempos, el propio Maestro había jugado bajo su sombra cuando era niño, los más viejos del lugar siempre lo recordaban tal y como se encontraba ahora- dime Sun -dijo el Maestro- observa este roble y dime que ves.

Es sin duda, el roble más hermoso que haya visto en mi vida. –respondió Sun-.

Bien, -observó el Maestro - ahora acércate a él, abrázalo, cierra tus ojos y siente y escucha con tu corazón lo siguiente.

-El Maestro prosiguió- Retrocede en la memoria de la existencia, cuando el roble era tan solo un diminuto fruto, contempla como es llevado por el aire hasta ser depositado en la tierra, de cómo la fértil tierra lo acoge en su seno, en sus entrañas, para luego ser fecundado por el agua y más tarde ser acariciado por el fuego de los rayos del sol donde la energía de vida hacen brotar en él, sus primeras raíces, éstas lentamente van enraizándose en la tierra madre que le dio cobijo.

Una vez las raíces se han consolidado, la inercia de la esencia natural del árbol es mostrar su esplendor, así se yergue, para brotar firme hacia el cielo; a la vez, de su tronco principal emergen, manteniendo siempre el constante equilibrio fundamental para su buen desarrollo, nuevas ramas que como brazos se extienden por diferentes caminos, hacia el este, el sur, el norte y el oeste. De estas nuevas ramas brotan otras de menor tamaño donde el tiempo hará florecer sus hojas hasta llegar a mostrar toda la belleza y divinidad que posee el árbol.

Observa mi querido Sun, como algunas de estas hojas quedan cercanas a la base del árbol, de la tierra, otras sin embargo se elevan por encima sobre la copa del mismo más próximas del cielo y a su vez, otras se encuentran entre las de arriba y las de abajo.

Contempla Sun, –siguió el Maestro- cómo las hojas de la base del árbol apenas reciben la luz del sol, de modo, que la visión que tienen de la vida, de la naturaleza, se ve reducida en parte.

Sin embargo, las hojas de lo alto de la copa son constantemente rociadas por el sol, por la luz, y, por tanto, al estar más arriba, su visión y armonía de la naturaleza es mayor.

Ahora bien, aún en la distancia por la que son, las hojas separadas por propia naturaleza, todas ellas sin excepción, las de arriba y las de abajo, son conscientes de que forman parte de una misma unidad de un único ser, de una raíz, de una esencia, y siendo conocedoras de esa verdad, no se ríen las unas de las otras por su diferente condición y situación.

Tras una pausa de reflexión el Maestro prosiguió – un viejo proverbio dice así: “La montaña no se ríe del río por estar éste más abajo. De mismo modo, el río no se burla de la montaña porque ésta no puede desplazarse.”

Matsume continuo diciendo – La visión y comprensión de las cosas de la naturaleza, es relativa a la posición en la que uno se encuentra con respecto a ella.

La verdad es patrimonio de todo Ser, libre al fin, de prejuicios y conceptos personales. No con la mente sino, con el corazón.

Al igual que árbol, los seres humanos crecen y se desarrollan de la misma manera pero, en su ignorancia de las leyes de la naturaleza de la que forman parte, del respeto de la Vida, se han extraviado y han olvidado la Unidad del Ser.

Sun – dijo el Maestro -, sin en verdad deseas encontrar a tu Ser, busca en tu interior, calma tu mente de pensamientos estériles y retornaras a tu origen, escucha en el silencio de tu interior.

Una vez dicho esto el anciano adoptando la postura de loto bajo el árbol y, con su semblante lleno de paz y serenidad expiro su último aliento uniéndose una vez más al ciclo de la existencia.

En ese mismo instante se levanto una ligera brisa del oeste que hizo estremecer a Sun y al viejo roble. De lo más alto de la copa del árbol, se desprendió una hoja y, oscilando en una suave danza en armoniosos movimientos en espiral, fue a posarse sobre el regazo del venerable y Sabio Maestro.
 

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