martes, 17 de agosto de 2010

Historia de amor en un bosque encantado



Con la trágica gracia de un ave abatida. Así cayó el hada desde los cielos. El gnomo lo supo al instante. Él era el bosque y el bosque era el gnomo y no existía poder en el mundo capaz de discernir entre ellos.
Con infinito pesar se acercó hasta el hada herida. Hebras del ciego sol bañaban el llano y el esplendor del cielo se refugiaba tras un pesado manto de dolor. Un rictus de agonía acidulaba la miel de los panales silvestres. El gnomo, observó la herida. El rastro de pólvora no dejaba lugar a dudas.
- Humanos – dijo, escuetamente.
No se molestó en odiarlos. No era de sabios odiar, menos aún a una especie condenada.
Implorando el perdón de los Dioses, cobró la vida de unos arbustos para erigir una camilla. Quiero creer que supieron perdonarlo. Con sumo cuidado, entablilló las alas rotas. Luego de cerciorarse de haber hecho un buen trabajo, partió con su preciada carga.
Bajo un gran hongo, dispuso el gnomo su refugio. Con el rocío de la mañana, trenzó las paredes y el pétalo de una rosa, oficio de puerta. Con su pesada soledad, hizo un buen techo y el heno seco de alrededor, sirvió de mullido lecho. Sobre el mismo depositó al hada. Allí mismo, habría de curar sus heridas.
Todo el bosque colaboró con el gnomo. Las plantas silvestres cedieron gustosas sus hojas y frutos. Las aves cargaron en sus picos el agua de las cumbres heladas. Con pelos cedidos por su familia, mamá osa tejió una manta que protegió al hada del denso frío de la noche. La sabia lechuza supervisó las dosis de medicina y el siempre atento gallo, la hora de administrarlas. El astuto zorro, entretuvo a la muerte con ingeniosas adivinanzas mientras el lobo feroz destrozaba su guadaña a dentelladas. Hubo veda de carne en señal de respeto a la beldad herida. Hubo pena terrible para quienes la ignoraron.
Ya sea por tanto cuidado o porque los Dioses lo dispusieron (aunque sospecho yo, que por ambas cosas), un día el hada abrió sus ojos y el mismo cielo cobró vida en ellos. Todo el bosque festejó el suceso y hasta el Padre Sol se asoció a la fiesta con su tibio abrazo.
El gnomo, entonces, se permitió una sonrisa, aunque se esforzó bastante por su falta de costumbre.
- Hoy, ha vencido la vida –Dijo, orgulloso, para sus adentros.
Poco tiempo transcurrió desde aquel entonces, hasta que el hada sanó por completo. De las heridas terribles, solo un rastro había quedado: sus alas, resentidas por la atroz caída, se negaban a volar.
El hada no se preocupó por ello. La vida latía con inusitada fuerza en su interior y el mismo bosque no pudo evitar contagiarse de su renovado esplendor. Su sola presencia dispersaba las tinieblas y las flores se engalanaban con exóticos atuendos. Y las aves esgrimían toda su sapiencia en magníficas sinfonías, desconocidas hasta entonces. Y el agua de los arroyos era más clara y más fresca. Y los árboles, que no quisieron ser menos que el resto, gestaron exquisitos frutos de su Ser. Y la muerte fue, de hecho abolida, en el bosque, pues la vida misma residía en él.
¡Ah!, ¡sí!, jamás lugar alguno del mundo, albergó tanta dicha dentro de sí.
El gnomo, curiosamente, no compartía esta euforia. En su alma, hasta entonces serena y lúcida, comenzaban a gestarse sentimientos que escapaban a su comprensión. Optó, al comienzo, por ignorarlos, más el tiempo no le otorgó el alivio deseado. Por el contrario, multiplicados y fortalecidos, embargaron por completo su Ser.
Acudió, entonces, al raciocinio, que tan buenos frutos le había dado anteriormente:
- Nada más pido de la vida. Nada me impide ser feliz.-.
Se repitió a sí mismo hasta el cansancio. Más, se engañaba. De hecho, el gnomo no era feliz, por más empeño que pusiese en serlo.
Desesperado, acudió a su magia. Al asomar la Luna, en lo profundo del bosque ejecutó antiguos ritos ya casi olvidados, implorando a los Dioses, le devolviesen la paz a su alma. Más es sabido que los dioses  ignoraron sus plegarias.
Antes de clarear el día, una lágrima afloró en el rostro anciano del gnomo. Entonces, declarándose vencido, admitió aquello que tanto se había esforzado en negar: se había enamorado.
El hada lo vio llegar de madrugada. Su rostro, su cuerpo, su Ser entero, evidenciaban la terrible lucha en el interior de su alma. La tristeza infinita de sus ojos, el resultado de la misma.
Lo que sucedió luego es, sencillamente inexplicable. Ella, acarició con su mano pequeña, el verde rostro surcado del gnomo y su sonrisa opacó al mismo sol. Luego, acercó sus labios hacia él.
Ambos fueron Uno desde aquel día y todo el bosque festejó el suceso. Nada era imposible en aquel lugar de ensueño, ni siquiera el amor entre lo excelso y lo grotesco.
El gnomo, abrió su alma a la vida y la misma fue generosa con él. Le obsequió días de dicha y noches de intensa pasión. El sintió que sus manos, torpes en otros tiempos ya lejanos, obraban prodigios gestando acordes de ensueño. Y sus labios bebieron la esencia de la vida con feroz avidez. Y su cuerpo, contrahecho y viejo, se erguía para irrumpir en la perfección absoluta.
El sintió que había vivido solamente para esos instantes. Que sus días anteriores habían sido solamente un preludio agónico e interminable. Que había hallado por fin la respuesta a su razón de existir.
Transcurrió el tiempo y nada parecía turbar la dicha de la insólita pareja. Pero una noche, el eco de un cristal al quebrarse, despertó al gnomo. Advirtió que estaba solo y que el ruido, apenas perceptible, procedía desde afuera. Sin emitir sonido alguno, transpuso el pétalo de la rosa. Entonces, la vio.
El hada sollozaba a la luz de la luna. Agudizando el oído, pudo escuchar que decía:
- Volar hacia el sol, derecho hacia el sol ¡más allá del sol! –
Y entonces, un nuevo sollozo interrumpía sus palabras hasta que la fuerza de la desazón las expulsaba de su pecho nuevamente.
El gnomo volvió a su lecho y fingió dormir, más no pudo hacerlo. El amor no había menguado su sabiduría centenaria y a ella debería acudir en la más difícil de las decisiones que le deparaba la vida.
Juzgó que quien abraza la dicha, no puede ignorar al dolor acechando tras ella. Juzgó que cuanto mas grande es la primera, más intenso es lo segundo. Juzgó que, aún así, había valido la pena.
Al nacer el día se acercó hacia el hada y, sin expresar palabra alguna, tocó sus alas con ambas manos. Y su magia, que le había impedido el olvido, revitalizada por su infinito amor, se esparció sobre las alas heridas. Y la savia vital fluyó nuevamente sobre ellas.
El hada enfrentó los ojos del gnomo y una lágrima humedeció su mejilla. Él intentando sonreír, le dijo:
- Vuela derecho hacia el sol, tan lejos como el sol, ¡más allá del sol! –
Ella sonrió avergonzando al astro por última vez y, agitando sus alas, planeó alrededor del bosque. Y los animales, los prados, las flores, los árboles, los arroyos y la misma tierra, se despidieron de ella.
Luego, se elevó derecho hacia el sol, tan lejos como el sol, ¡más allá del sol!
Finaliza así la historia que quise narrar. De lo que ocurrió luego no fui testigo y no es mucho lo que se cuenta al respecto.
Hay quienes dicen que vivió el resto de su vida bajo el hongo donde tan feliz había sido. Y que el amor del hada, burlando la distancia, viajaba en el primer rayo de luz de cada día, atravesando las paredes de rocío y la puerta de pétalo de flor, para insertarse directamente en su corazón.
Cuentan desde entonces, que cada vez que nos encontramos con alguien que, con el corazón entre las manos, nos autoriza a ser quienes somos, invariablemente nos transformamos.
Abandonamos para siempre las horribles brujas y los malditos ogros que anidan en nuestra sombra para que, al desaparecer, dejen lugar a los más bellos, amorosos y fascinantes caballeros y princesas que yacen, a veces, dormidos dentro de nosotros.
Hermosos seres que al principio aparecen para ofrecerlos a la persona amada, pero que terminan infaliblemente adueñándose de nuestra vida, y habitándonos permanentemente.
El verdadero amor no es otra cosa que el deseo inevitable de ayudar a otro para que sea quien es...

Mucho mas allá de que esa autenticidad sea o no de mi conveniencia.
Mucho mas allá de que, siendo quien eres, me elijas o no a mí, para continuar juntos el camino...

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